sábado, 31 de marzo de 2018

El Perro de Bronce

Un misionero Cristiano en el país de Birmania, se enardecía, como el apóstol Pablo, viendo el pueblo entregado a la idolatría. Por más que les trataba de  señalar la inutilidad de confiar en imágenes de yeso, madera o metal, no dejaban de adorar a sus dioses falsos.
La Biblia dice que “Los ídolos de ellos son plata y oro, obra de manos de hombres. Tienen boca, mas no hablan; tienen ojos, mas no ven; orejas tienen, mas no oyen; tienen narices, mas no huelen, manos tienen, mas no palpan; tienen pies, mas no andan; no hablan con su garganta. Semejantes a ellos son los que los hacen, y cualquiera que confía en ellos” (Salmo 115:4-8).
En una ocasión cuando el misionero regresó a su país de origen, compró un perro de bronce, y lo llevó a su casa en Birmania. Colocó la estatua en el porche de su casa, donde todos los que pasaban la podían ver. Sus vecinos, intrigados, le preguntaron:
– ¿Por qué puso ese perro delante de su puerta?
– Porque muy a menudo estoy solo en casa; necesito un perro que me proteja y que en la noche me advierta si hay un peligro.
– Pero su perro no ve, no oye, no ladra y tampoco muerde. ¿Cómo podría protegerlo de los ladrones? ¡Su perro no es más que un perro de bronce!, dijeron riéndose.
– ¿De verdad?, dijo el misionero. ¿Y los ídolos suyos de qué están hechos? De madera, de piedra y de metal. No ven ni oyen más que mi perro, ¡y ustedes se postran ante ellos! ¡Los invocan y creen que los protegen! De esta manera algunos se dieron cuenta de la vanidad de la idolatría, y se  convirtieron “de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero” (1 Tesalonicenses 1:9,10).
Dios muestra en Su Palabra cuán insensato es poner la confianza en un ídolo fabricado por el hombre. “Sacan oro de la bolsa, y pesan plata con balanzas, alquilan un platero para hacer un dios de ello; se postran y adoran. Se lo echan sobre los hombros, lo llevan, y lo colocan en su lugar; allí se está, y no se mueve de su sitio.
Le gritan, y tampoco responde, ni libra de la tribulación” (Isaías 46:6,7; lea también Isaías 44:9-20). Al hombre que quiere vivir en sus pecados le conviene tener un dios que no le ve ni le oye, ni le reclama su mala conducta. Por eso el idólatra se siente libre para entregarse al vicio y a la inmoralidad.
La idolatría es una transgresión de los dos primeros mandamientos de la ley de Dios: “Yo soy Jehová tu Dios… No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás” (Éxodo 20:2-5). Los idólatras están en la lista de los que NO heredarán el reino de Dios (1 Corintios 6:9,10), y “tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre” (Apocalipsis 21:8).
¡Cuán diferente es el único Dios verdadero! Él no solamente ve y oye todas las cosas, sino que es absolutamente santo y justo, y aborrece y castiga el  pecado. A diferencia de los ídolos muertos, Dios ama a sus criaturas y quiere salvarlos de la condenación del infierno. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Es inútil buscar salvación en los ídolos. “No tienen conocimiento aquellos que erigen el madero de su ídolo, y los que ruegan a un dios que no salva…No hay más Dios que yo; Dios justo y Salvador; ningún otro fuera de mí. Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más” (Isaías 45:21,22).
La Buena Semilla/Andrew Turkington
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