martes, 22 de septiembre de 2020

Todo esto fue por tí

Cierto día un famoso artista llamado Stenburg se encontró con una gitana en el campo cerca de Dusseldorf en Alemania. La hizo ir a su estudio donde la pintó como una bailarina española. Al mismo tiempo él estaba pintando un cuadro de la crucifixión para una iglesia.

Pepita, la gitana, lo vio y le llamó mucho la atención, pues nada sabía de la muerte de Cristo. Cuando el pintor le contó fríamente la historia de la cruz, ella dijo: “Señor, Ud. Debe amarle mucho cuando Él hizo tanto por Ud. ¿No es cierto?”.

El artista no pudo olvidarse de esa pregunta, y se sentía descontento e intranquilo. Decidió ir a confesarse, a ver si eso le daba la paz que ansiaba. “Hijo, no te preocupes”, le aconsejó el sacerdote, dándole la absolución, “tu vida es buena, decente, y tú cumples con tus deberes. Estás bien”.

No obstante la pregunta resonaba todavía en su mente. Sabía que la absolución no era suficiente. Pensó, “Si regalara algo de valor a la iglesia, ¿quizás me daría paz? Pero, ¿qué podría ser? Si les cobrara muy poco por el cuadro de la crucifixión, eso sería un regalo de valor”.

Momentáneamente se sintió satisfecho, sobre todo cuando el sacerdote le dijo: “Muy bien hecho, hijo, ¡que Dios te acompañe en todo!”. Pasando los días, Stenburg sabía que Dios no le acompañaba, pues no tenía paz, y no amaba al Señor por lo que Él había hecho en la cruz.

Más intranquilo que antes, empezó a caminar por las calles de Dusseldorf día y noche tratando de deshacerse de su preocupación. Una noche vio a un grupo de personas entrando por la puerta de una casa, y le llamó la atención la expresión de felicidad en sus caras.

Enseguida decidió seguirles, y se sentó con los demás a escuchar la predicación. Esa noche el artista encontró la paz que buscaba. Aprendió que Cristo había llevado sus pecados en su cuerpo sobre el madero; que Él había muerto por el artista Stenburg.

Aceptó al Salvador y pudo decir: “Ahora sí le amo, ¡OH, cuánto le amo!”. El día siguiente no pudo contener su gratitud, y se dijo: “¿Cómo puedo contar a otros lo que Cristo ha hecho por mí? Lo único que sé hacer es pintar. Bien, voy a pintar un cuadro que muestre cuánto Él me amó.”

Entonces Stenburg pintó su gran obra maestra de la crucifixión, y la presentó al Museo de Arte de la ciudad de Dusseldorf. En el marco hizo escribir estas palabras: “Todo esto hice por ti: ¿Qué haces tú por mí?” Fue un elocuente sermón acerca del amor de Cristo a todos los que lo vieron.

Un día Stenburg entró en el museo y vio a una niña llorando delante de su cuadro. Cuando él se le acercó, ella se corrió un poco, y el artista se dio cuenta que era Pepita, la gitana, la misma que le había hecho la pregunta.

Ella le conoció, y entre lágrimas le dijo, “¡Es Ud., señor! ¡OH, señor, si tan solamente Él me hubiese amado tanto a mí!”. Los dos se sentaron en un banco delante del cuadro. Stenburg le contó toda la historia de la muerte y de la gloriosa resurrección del Señor Jesús. 

Al final le dijo, “Pepita, por todos Cristo murió por todo el mundo- por los gitanos también Cristo sufrió y derramó su sangre en la cruz. Por ti Él hizo todo esto, Pepita.”

La gitana estuvo quieta, pensativa un momento. Entonces miró a Stenburg con sus elocuentes ojos negros, y de todo corazón dijo: “Yo lo creo”.

Pepita murió dos años más tarde, pero partió creyendo en el Salvador, y confiada que Él había muerto por ella. Sus últimas palabras fueron, “Todo esto lo hice por ti”.

El museo se quemó hace muchos años, y pereció la famosa pintura. Sin embargo, la pregunta permanece para todos, para ti- “Todo esto lo hice por ti; ¿Qué haces tú por mí?

Adaptado por David McBride

Compartir: